lunes, 3 de noviembre de 2008

Blas, el barruntador de las cañás y el barman que disía "mec"

De humilde familia y lisonjero parar, Blas, un escuálido borracho natural del borreguillo, apuraba las babas de su penúltima caña bien llegado el atardecer.

El destino le había otorgado el privilegio de currar como barruntador, lo cuál no llevaba muy bien, falta de autoestima para tal honorable cargo. Tanta carga moral le hizo venirse abajo y todo declinó en la bebida y sus agridulces senderos.

Caprichos del destino, él que había sido ingeniero de profesión y músico de afisión, bombardeaba alcohólicamente contra sus últimos pedazos de carne de la muralla bajo el corazón, lo que antaño fue riñón.

Como era de esperar, era viernes de Carnaval y la hora de enfrentarse al malvado tío de la higuica, como bien hicieron sus antepasados, estaba llegando. Como buen barruntador seguía un duro entrenamiento a base de hectolitros de líquido elemento diarios y ese día precisaba de por lo menos, medio hectolitro más.


Se giró como pudo hacía el barman: " ¡Primo! una ferrá más." Esperó sin recibir respuesta.

Reiteró su intento, pero na, el barman seguía por ahí haciendo cosas raras con el resto de clientes no menos ebrios.

Al final llamó su atención cantando una vieja canción de coral: "Ya se murió el burro que acarreaba la vinagre,..." Acompañando la tonada con un monedero improvisado.

Se miraron durante un minuto y a falta de servicio, Blas reivindicó otra copa again. El barman dijo algo que el barruntador no pudo asimilar y le preguntó: "¿Qué?"

Y el barman añadió simpáticamente: "¡Mec!"

Una carcajada general como venida de un mundo paralelo o de una serie americana retronó en su mollera. El barman se partía en dos medios ante la incredulidad del barruntador, por lo que se quedaba igual ante su pobre intento de cesar el cachondeo.

Blas estaba hasta las gónadas de aquella mofa sinfín hiperbólica que nunca alcanzaba su final. La situación era desesperante y no iba lo suficientemente ciego para pasar de aquella malversación de la autoestima. Sus intentos de acabar con aquellos botarates eran contrarrestados con risas aún más fuertes y unísonas, típico de aquél que no tiene la razón pero si más voz y por lo tanto la razón.

La alegórica trama restaba tiempo al barruntador para alcanzar el estado físico necesario para combatir al tío de la higuica, su Dios por un brebaje rápido. Miró a su alrededor en busca de algún resto de alcohol olvidado, gratis y bienhallado. Tan sólo se encontró rodeado de ingenuas risotadas que no remojaban el paladar, porque la madeja ya duraba horas. Puto barman, no ha servido nada en todo el malverso rato.

Se deslizó tras la barra en un movimiento visto-novisto y se aferró al preciado grifo del santo y líquido elemento. Agafó la palanca y ... dos gotas de espuma rebañaron su gaznate. No quedaba barril, pero si barrila.

Trató de negociar con el barman, que entre carcajadas le comento algo. Blas superagobiado le preguntó que decía y le respondió: "¡Mec!"

El barruntador desconsolado se halló en un bucle de retrorisión sin bebercio alguno.

La sangre bajaba por la báscula, hubo sangre derramada. El tío de la higuica estaba haciendo de las suyas, mientras la dignidad y paciencia de barruntador estaba a punto de estallar.

En un alarde de inteligencia, el barruntador se miró y se llamó ignorante. La solución estaba en mirar más allá de la joven damisela sentada en la ventana, pues había otro bar, más gente, distinto mundo tras la ventana, toda una gama de cerveza por descubrir.

Salió de aquél antro como alma que tiene sed y bebe por que se refresca. Cruzó la calle, miró por última vez la damisela, ésta le sonrió, le devolvió el cumplido, recordó que olvidó pagar y pensó que les den sólo son unos mequetrefes, y alcanzó el bar de enfrente.

Todo allí, era reacio. Se jugaba a las cartas a tutiplen y el joven camarero no parecía tener malas pulgas, aunque serio era un rato. Pidió una buena ferrá y el camarero se la sirvió con gusto. Visto-novisto again, la mirra yacía en su estomago.

Cargado de fuerzas reveletizantes se despidió y pagó al buen camarero y éste le dijo: "Ves en cuenta". Subió por la calle en busca del malvado y perverso, a la par de mujeriego, tío de la higuica. Sin parar en Rupert para reveletizarse más ni na.

Allí estaba el tío, revanando cuellos el cabrón. El barruntador no le dejó ni respirar, nada de desafiantes reencuentros héroe-villano, ni publico enfervorecido que corea su nombre. Legendario como siempre, ciego como antaño, bosó en nanosegundos y se jodió la higuica bosando, a posteriori again.

Tanto fue el flujo corporal que se quedo sin sustancia, empezó a deber kilos, contrayendose como una supernova y como los grandes se ahogó en su propio vomito.

Y feliz cumpleaños, pero si a ti no te he invitado.

¿Qué? ¡Mec! aspen.

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