Cuentan las lenguas curtidas del pueblo, tras sus arrugados rostros, que tras la primera quema humana en el pueblo, el día de Carnavales se convirtió en un verdadero infierno.
En 10 años consecutivos después de aquel clamoroso día, el índice de criaturas menores de 15 años fallecidas ascendía a la friolera de 100. La serie de asesinatos sin resolver, cada Viernes de Carnavales, preocupaba a Wilson Space.
Tras una nube de humo de Ducados y todo repantigado, Wilson Space, detective de poca monta, a la par de músico y labrador, meditaba sobre el nuevo caso que tenía sobre el escritorio. En su carpeta de anillas de color salmón se encontraba toda la información que los vecinos habían podido reunir. Las fotos de los cadáveres e información de primera mano sobre las victimas.
El forense, que sólo trabajaba los Domingos de Carnavales, pues el resto del año no sucedía nada, redactó una lista con las características generales que reunían los 100 cadáveres hasta la fecha. Wilson leía detenidamente entre sorbicos de café aguachado.
“Día 1: el primer cuerpo encontrado, Ximico Mascagachas, 11 años. Hijo de Joaquín Mascagachas, carpintero de profesión, borracho de condena. El cuerpo muestra símbolos de violencia en la cabeza, como si de azote con bara de baladre se tratase. Muerte por paro cardiaco debido a la ansiedad. Su pequeño corazón no pudo hacer frente a la encarnización que sufrió su mente en los últimos minutos de vida”
Ese día sumaba 15 casos, con diferentes nombres, pero igual síntomas. Los informes no diferenciaban entre los años, el número de muertes variaba, pero se trataban de similares casos, un asesino en serie. Wilson Space sintió un escalofrío.
Se puso su gabardina y salió a hacer la calle. Preguntó puerta tras puerta, pero la gente se negaba a hablar del tema. Un miedo general invadía al pueblo. La gente tenía miedo que el asesino tomara represalias con ellos, los próximos Carnavales. Casi todo el mundo tenía un montón de hijos.
Wilson se encontró un borracho tirado en el lavadero. El joven borracho entonaba canciones sobre borracheras antiguas, en un tono oscuro y un lenguaje tribal parecido al casiner.
“Tú, el gilipollas de la gabardina. Y por Dios, esa gorra naranja de Steel, podrido, uhh” retozaba desde el suelo el embriagado personaje. “Yo lo ví todo, subnormal. Dame un bocadillo y un litro y te lo escupó”
Wilson sacó un litro y su almuerzo y se sentó a la vera del indígena. Mientras fumaba en pipa sabores prohibidos de las tierras del Norte.
“A ver capullo, hace dos años yo era rico y ahora no lo soy, una furcia me robó todo y ni me besó. Era el día de la gran orgía del Carnaval. Yo sin casa donde resguardarme bajé aquí, al lavadero. Entonces un hombre vestido con ropajes de ir al monte, boinica y una vara me pidió fuego. Cuando se lo dí, vi su rostro un tanto oscuro y tenebroso, lo cuál no me pareció raro, pues iba completamente cocido. Me dio las gracias y cuando se retiraba logré ver que calzaba unas carica y talón y se gastaba un saco de apestantes higas”
“Me lo dices o me lo cuentas” exclamó sorprendido Wilson. “Que extraño personaje. Tendré que estudiar el caso, en mi gabinete entre papeles legales que lo justifiquen, todo ello lleno de acciones estipuladas,…”
“A ver primo, que no te enteras de ná. El pavo era el tío de la higuica. El chinchoso que quemarón aquel día. El primer niño que asesinó fue el hijo del carpintero que hizó la cruz. Y matará hasta ver saciada su ira. Yo lo reconocí, fui uno de los Inquisidores que lo cruzificó, por eso era rico, pero como me ví arrepentido de haber servido a Dios me intenté ligar aquella furcia. Si no fueras un mierda como eres, te habrías dado cuenta de todo esto, pero prefieres que sigan matando y tu seguir cobrando por horas y hacer tu mierda de papeleos”
Wilson siguió tomando nota de lo que le pareció, porque era un incompetente a la par de cretino. En cambio el indígena comenzó a pensar. Él malgastó su vida matando en nombre de Dios y ahora se sentía fatal consigo mismo. Necesitaba hacer algo bueno por los demás. Vio una luz en el cielo que le hizo un guiño de esperanza. El tío de la higuica no volvería a asesinar. Él sería su contención. Él lo mantendría a raya cada Carnavales. Adivinaría sus movimientos y alcanzaría la higuica, destruyendo así al malvado por ese año.
Le dio un trago a las babas del litro, cogió sus bártulos y peregrinó a Pardanchinos. Desde su cueva meditó hasta el año siguiente. Su entrenamiento fue completamente mental y extrasensorial. Se hizo a sí mismo, aprendió a hablar correctamente, el fue y será el barruntador legendario.
Los nervios le comían, la cueva ya no podía albergar su cuerpo musculado semihumano, semidibujo animado por recortes de presupuesto de su biógrafo y amigo. El gran día había llegado.
Las calles vestían engalanadas, los chiquillos chillaban aterrorizados ante la amenaza. El tío de la higuica no se cortaba ni un pelo, en medio de la calle de las cruces repartía varazos a diestro y siniestro, mientras cantaba la canción. Tanta muerte le había hecho fuerte y sus víctimas se multiplicaban. Desde lo más alto de la calle apareció nuestro héroe, místico y con una litrona. El tío de la higuica advirtió su presencia y escuchó.
“Primo, métete con alguien de tu tamaño. Yo seré quién aguante tu mortal barrila”
Continuará … MORTAL COMBAT : Tan sólo nos quedará la reencarnación
En 10 años consecutivos después de aquel clamoroso día, el índice de criaturas menores de 15 años fallecidas ascendía a la friolera de 100. La serie de asesinatos sin resolver, cada Viernes de Carnavales, preocupaba a Wilson Space.
Tras una nube de humo de Ducados y todo repantigado, Wilson Space, detective de poca monta, a la par de músico y labrador, meditaba sobre el nuevo caso que tenía sobre el escritorio. En su carpeta de anillas de color salmón se encontraba toda la información que los vecinos habían podido reunir. Las fotos de los cadáveres e información de primera mano sobre las victimas.
El forense, que sólo trabajaba los Domingos de Carnavales, pues el resto del año no sucedía nada, redactó una lista con las características generales que reunían los 100 cadáveres hasta la fecha. Wilson leía detenidamente entre sorbicos de café aguachado.
“Día 1: el primer cuerpo encontrado, Ximico Mascagachas, 11 años. Hijo de Joaquín Mascagachas, carpintero de profesión, borracho de condena. El cuerpo muestra símbolos de violencia en la cabeza, como si de azote con bara de baladre se tratase. Muerte por paro cardiaco debido a la ansiedad. Su pequeño corazón no pudo hacer frente a la encarnización que sufrió su mente en los últimos minutos de vida”
Ese día sumaba 15 casos, con diferentes nombres, pero igual síntomas. Los informes no diferenciaban entre los años, el número de muertes variaba, pero se trataban de similares casos, un asesino en serie. Wilson Space sintió un escalofrío.
Se puso su gabardina y salió a hacer la calle. Preguntó puerta tras puerta, pero la gente se negaba a hablar del tema. Un miedo general invadía al pueblo. La gente tenía miedo que el asesino tomara represalias con ellos, los próximos Carnavales. Casi todo el mundo tenía un montón de hijos.
Wilson se encontró un borracho tirado en el lavadero. El joven borracho entonaba canciones sobre borracheras antiguas, en un tono oscuro y un lenguaje tribal parecido al casiner.
“Tú, el gilipollas de la gabardina. Y por Dios, esa gorra naranja de Steel, podrido, uhh” retozaba desde el suelo el embriagado personaje. “Yo lo ví todo, subnormal. Dame un bocadillo y un litro y te lo escupó”
Wilson sacó un litro y su almuerzo y se sentó a la vera del indígena. Mientras fumaba en pipa sabores prohibidos de las tierras del Norte.
“A ver capullo, hace dos años yo era rico y ahora no lo soy, una furcia me robó todo y ni me besó. Era el día de la gran orgía del Carnaval. Yo sin casa donde resguardarme bajé aquí, al lavadero. Entonces un hombre vestido con ropajes de ir al monte, boinica y una vara me pidió fuego. Cuando se lo dí, vi su rostro un tanto oscuro y tenebroso, lo cuál no me pareció raro, pues iba completamente cocido. Me dio las gracias y cuando se retiraba logré ver que calzaba unas carica y talón y se gastaba un saco de apestantes higas”
“Me lo dices o me lo cuentas” exclamó sorprendido Wilson. “Que extraño personaje. Tendré que estudiar el caso, en mi gabinete entre papeles legales que lo justifiquen, todo ello lleno de acciones estipuladas,…”
“A ver primo, que no te enteras de ná. El pavo era el tío de la higuica. El chinchoso que quemarón aquel día. El primer niño que asesinó fue el hijo del carpintero que hizó la cruz. Y matará hasta ver saciada su ira. Yo lo reconocí, fui uno de los Inquisidores que lo cruzificó, por eso era rico, pero como me ví arrepentido de haber servido a Dios me intenté ligar aquella furcia. Si no fueras un mierda como eres, te habrías dado cuenta de todo esto, pero prefieres que sigan matando y tu seguir cobrando por horas y hacer tu mierda de papeleos”
Wilson siguió tomando nota de lo que le pareció, porque era un incompetente a la par de cretino. En cambio el indígena comenzó a pensar. Él malgastó su vida matando en nombre de Dios y ahora se sentía fatal consigo mismo. Necesitaba hacer algo bueno por los demás. Vio una luz en el cielo que le hizo un guiño de esperanza. El tío de la higuica no volvería a asesinar. Él sería su contención. Él lo mantendría a raya cada Carnavales. Adivinaría sus movimientos y alcanzaría la higuica, destruyendo así al malvado por ese año.
Le dio un trago a las babas del litro, cogió sus bártulos y peregrinó a Pardanchinos. Desde su cueva meditó hasta el año siguiente. Su entrenamiento fue completamente mental y extrasensorial. Se hizo a sí mismo, aprendió a hablar correctamente, el fue y será el barruntador legendario.
Los nervios le comían, la cueva ya no podía albergar su cuerpo musculado semihumano, semidibujo animado por recortes de presupuesto de su biógrafo y amigo. El gran día había llegado.
Las calles vestían engalanadas, los chiquillos chillaban aterrorizados ante la amenaza. El tío de la higuica no se cortaba ni un pelo, en medio de la calle de las cruces repartía varazos a diestro y siniestro, mientras cantaba la canción. Tanta muerte le había hecho fuerte y sus víctimas se multiplicaban. Desde lo más alto de la calle apareció nuestro héroe, místico y con una litrona. El tío de la higuica advirtió su presencia y escuchó.
“Primo, métete con alguien de tu tamaño. Yo seré quién aguante tu mortal barrila”
Continuará … MORTAL COMBAT : Tan sólo nos quedará la reencarnación
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